La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios
permanece para siempre. Isaías 40:8
Ayer reflexionamos acerca de las palabras que muchas veces salen de nuestra
boca sin que midamos sus consecuencias. Además, aprendimos acerca de los
problemas y los malentendidos que podemos ocasionar. Muchas relaciones y
amistades se han dañado por un malentendido o porque prometimos hacer algo que
no cumplimos.
¿Y qué me dices de los trabajos? Es posible que hayamos tenido problemas por
un comentario fuera de lugar. Asimismo está el caso de los que se complacen con
el chisme y se enredan en la vida de los demás sin pensar que su palabra se
compromete también.
Ahora consideremos por un momento en qué situaciones nos hemos visto
envuelto. Pensemos, pues, que nuestra palabra debe ser sincera, desinteresada,
firme y honesta. Luego, con la ayuda de Dios, propongámonos hacer el bien y no
miremos a quién.
Por eso, hoy quiero que reconozcamos juntos al único que no cambia y el único
que su Palabra permanece para siempre. El único que con el poder de su Palabra
creó este mundo e hizo milagros. El que nos garantiza que a través de su Palabra
seremos libres y tendremos una nueva vida… ¡Dios!
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