Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Mateo 6:6, RV-60
Comenzamos un nuevo mes y una enseñanza más de nuestros veintiún días en los que recordamos lo que Dios dejó escrito en su Palabra para que lo entendamos y le podamos obedecer.
Tanto con la oración como con la ofrenda, Jesús nos hace la misma observación. Nos pide que lo hagamos en privado, sin ser llamativos y escandalosos, pues lo que hacemos es para el Señor y no para los hombres.
El ayuno es una oportunidad que tenemos para estar en verdadera comunión con Dios. Además, tiene poder y un gran valor para nuestro Padre celestial. En esos días de ayuno casi siempre hay peticiones específicas que ponemos delante de Dios y es impresionante cómo responde Él. Esto lo comprobamos en los testimonios que son poderosos de verdad.
Sin embargo, el día que ayunes, lo único que te pide Dios es que no lo estés divulgando. Porque si lo haces, te considerarán un hipócrita. ¿Sabes? Con solo de imaginarme que Dios piense de mí que soy una hipócrita, ya me hace ser obediente. Por eso quiero y trato de agradarle.
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