Voz del Señor que derrama llamas de fuego (Salmo 29:7).
Hace muchos años, pescaba con un amigo en una laguna, cuando
empezó a llover. Nos refugiamos en un bosque de álamos, pero la lluvia
no cesaba. Entonces, decidimos dar por terminado el día y correr hasta
la camioneta. Acababa de abrir la puerta, cuando un relámpago cayó como
una bola de fuego en el bosque, tronando y arrancando las ramas de los
árboles, y dejándolas ardiendo. Después, reinó el silencio.
Quedamos temblando y pasmados.
Los relámpagos destellan y los truenos recorren nuestro valle de
Idaho, en Estados Unidos, y eso me encanta… a pesar de lo que me pasó.
Disfruto al ver el poder en su máxima expresión. ¡Voltaje! ¡Estridencia!
¡Conmoción y pavor! La tierra y todo lo que hay en ella tiembla y se
sacude. Luego, viene la quietud.
Básicamente, me encantan los relámpagos y los truenos porque son
símbolos de la voz de Dios (Job 37:4), que habla con un poder estupendo e
irresistible a través de su Palabra: «Voz del Señor que derrama llamas
de fuego; […] el Señor dará poder a su pueblo; el Señor bendecirá a su
pueblo con paz» (Salmo 29:7, 11). El Señor da fuerzas para soportar, ser
pacientes y bondadosos, sentarnos en silencio, levantarnos y andar, y
no hacer nada en absoluto.
Que la paz de Dios sea contigo.
Señor, aquieta mi espíritu en las tormentas de la vida y dame fuerzas para atravesarlas.
La fe conecta nuestra debilidad con la fortaleza de Dios.
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