Leer: Juan 11:1-16 | La Biblia en un año: Mateo 26:51-75
… Si no viere […], no creeré (Juan 20:25).
Catalogar a Tomás como «el discípulo que dudó» (ver Juan 20:24-29)
no es justo. ¿Cuántos habríamos creído que nuestro ejecutado líder
había resucitado? Deberíamos llamarlo «Tomás el valiente», ya que
demostró un coraje impresionante mientras Jesús disponía
intencionalmente los hechos que llevarían a su muerte.
Cuando murió Lázaro, Jesús había dicho: «Vamos a Judea otra vez»
(Juan 11:7). Aunque los demás discípulos intentaron persuadirlo de no
volver allí —«Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez
vas allá?» (v. 8)—, Tomás declaró: «Vamos también nosotros, para que
muramos con él» (v. 16).
Las intenciones de Tomás eran más nobles que sus acciones. Cuando
arrestaron a Jesús, huyó con el resto de los discípulos (Mateo 26:56) y
dejó que solo Pedro y Juan acompañaran al Señor ante el sumo sacerdote.
Aunque había sido testigo de la resurrección de Lázaro (Juan 11:38-44), no podía creer que el Señor crucificado hubiera conquistado
la muerte. Solamente al verlo resucitado, pudo exclamar: «¡Señor mío, y
Dios mío!» (Juan 20:28). La respuesta que quitó las dudas de Tomás es
inmensurablemente consoladora para nosotros: «Porque me has visto,
Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron» (v. 29).
Señor, ayúdame a no dudar de tu bondad.
La duda sincera busca la luz; la incredulidad se conforma con la oscuridad.
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