No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa. Isaías 41:10, NVI
Es verdad que casi todos hemos experimentado un milagro de Dios en nuestras vidas. Bueno, quizá consideres que no es así en la tuya.
¿Por qué será que los seres humanos dudamos tanto, y a veces más entre los que decimos creer en Dios, de que Él es capaz de hacer cualquier milagro? ¿Por qué olvidamos que Dios es el mismo hoy y siempre y que hace y hará milagros? Lo que ocurre es que nuestra falta de fe no nos permite verlo en nuestras vidas.
En lo personal, he recibido milagros de todo tipo: familiares, financieros, de salud. Dios ha hecho milagros en mis hijas, como lo hizo al sanar a mi princesa de cinco años, Anne, de una enfermedad en la piel. Le detectaron un virus llamado molluscum contagiosum [molusco contagioso] y quedé aterrorizada. Solo sabía que era horrible, contagioso, que las verrugas en la piel le podían durar de seis a dos años y que se podía extender por todo el cuerpo. Sentí un frío en mi interior y la miré con esas pápulas en las piernas y dije: «¡No, Señor, a ella no!».
Esa noche, me metí sola al baño y me derrumbé. Allí me desahogué con mi Padre Dios y le dije: «Por favor, sana a mi hija. Te ofrezco mi vida y mi trabajo, pero sánala».
Recuerdo que la pusimos en el grupo de oración que tenemos en la emisora donde trabajo, y les digo algo, a las dos semanas esas pápulas se desvanecieron. Lo que duraría seis meses como mínimo, Dios lo llevó a dos semanas.
Tenemos que creer que Dios es bueno y conoce nuestra necesidad. Recuerda, «sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6).
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