Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé… (Isaías 43:4).
Para celebrar los 80 años de Winston Churchill, el
parlamento británico le encomendó al artista Graham Sutherland que
pintara un retrato del célebre estadista. A Churchill no le gustó el
resultado, ya que, en vez de mostrarlo como a él le gustaba, aparecía
desplomado en una silla y con su característico ceño fruncido; fiel a la
realidad, pero nada atractivo. Después de su muestra oficial, Churchill
lo escondió en su sótano.
Como él, la mayoría tenemos una imagen de nosotros mismos
que queremos que los demás también la tengan; ya sea de éxito,
altruismo, belleza o fuerza. Hacemos todo lo posible para esconder
nuestros lados «feos». Quizá, en lo profundo, temamos que no nos amen si
nos conocen realmente.
La deportación de los israelitas a Babilonia reveló lo
peor del pueblo de Dios. Por su pecado, el Señor permitió que los
enemigos los conquistaran. Pero les dijo que no temieran; que los
conocía por nombre y que estaba con ellos en todas las humillantes
pruebas (Isaías 43:1-2). Estaban seguros en sus manos (v. 13) y eran «de
gran estima» para Él (v. 4). A pesar de su fealdad, Dios los amaba.
No nos importa tanto que los demás nos aprueben cuando
asimilamos esta verdad. Dios sabe cómo somos y, aun así, sigue amándonos
sin medida (Efesios 3:18).
Señor, gracias por amarme como soy.
El profundo amor de Dios significa que podemos ser auténticos con los demás.
No comments:
Post a Comment