Leer: Salmo 34:11-18 | La Biblia en un año: Marcos 15:26-47
Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu (Salmo 34:18).
L a mañana después de que nació nuestro hijo Allen, el médico se
sentó cerca de mi cama y dijo: «Algo anda mal». Nuestro bebé, tan
perfecto por fuera, tenía un defecto congénito y debía ser trasladado de
inmediato a un hospital a más de 1.000 kilómetros para ser operado de
urgencia.
Cuando el médico te dice que algo anda mal con tu hijo, tu vida
cambia. El temor puede desmoralizarte y hacerte tambalear, y llevarte a
buscar desesperadamente la fortaleza de Dios para sostener a tu niño.
¿Puede un Dios amoroso permitir esto? —te preguntas—. ¿Le importa mi
bebé? ¿Dónde está Él? Aquella mañana, estos y otros pensamientos
sacudieron mi fe.
Cuando mi esposo se enteró de la noticia, me dijo: «Jolene, oremos».
Me tomó la mano y dijo: «Padre, gracias por darnos a Allen. Es tuyo,
Dios, no nuestro. Tú lo amaste antes de que nosotros lo conociéramos.
Acompáñalo; nosotros no podemos. Amén».
Hiram siempre ha sido un hombre de pocas palabras. Lucha para
expresar sus ideas y, a menudo, ni lo intenta, ya que sabe que yo tengo
suficientes palabras para llenar cualquier silencio. Sin embargo, el día
en que mi corazón se rompió, mi espíritu se devastó y mi fe se fue,
Dios le dio a mi esposo la fuerza para decir lo que yo no podía. A
través de él, sentí que Dios estaba cerca.
Señor, que tu Palabra me fortalezca hoy.
La mejor clase de amigo es aquel que ora.
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