Leer: 1 Samuel 18:5-15
La Biblia en un año: 1 Crónicas 25–27; Juan 9:1-23
De aquel día en adelante Saúl miró a David con recelo (v. 9 LBLA).
Durante una visita de mis nietos, les pregunté qué habían hecho el
fin de semana. Bridger, de tres años de edad, contó que lo habían
dejado pasar la noche con sus tíos… ¡y había tomado helado y andado en
un carrusel y mirado una película! Después, fue el turno de su hermano
de cinco años, Samuel. Cuando le pregunté qué había hecho, contestó:
«Acampé». «¿Te divertiste?», pregunté. «No tanto», respondió,
apesadumbrado.
Samuel experimentó el antiguo sentimiento de los celos. Al escuchar
el emocionante relato de su hermano, olvidó cuánto se había divertido
acampando con su papá.
El rey Saúl cedió ante el monstruo de la envidia y los celos cuando
los elogios para David fueron mayores que los suyos: «Saúl hirió a sus
miles, y David a sus diez miles» (1 Samuel 18:7). Desde ese momento,
«Saúl no miró con buenos ojos a David» (v. 9). ¡Estaba tan enfurecido
que quiso matarlo!
El juego de la comparación es insensato y autodestructivo. Los demás
siempre tendrán algo que queramos, pero Dios ya nos ha dado muchas
bendiciones, incluida la vida en esta Tierra y la promesa de la vida
eterna para los que creen. Depender de su ayuda y concentrarnos en Él
con gratitud puede ayudarnos a superar los celos.
Señor, te alabamos por darnos vida y la promesa de vida eterna si te aceptamos como nuestro Salvador.
El remedio para los celos es la gratitud a Dios.
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