Leer: Mateo 10:28-33
La Biblia en un año: 2 Crónicas 4–6; Juan 10:24-42
Estimada es a los ojos del Señor la muerte de sus santos (Salmo 116:15).
Mi madre, tan digna y correcta toda su vida, estaba ahora en la
cama de un geriátrico, cautiva de la ancianidad debilitante. Su estado
en deterioro contrastaba con el hermoso día primaveral que danzaba
tentador al otro lado de la ventana.
Por más que nos preparemos emocionalmente, nunca estamos listos para
la sombría realidad del adiós. ¡Qué humillante que es la muerte!, pensé.
Desvié la mirada al comedero para aves afuera de la ventana. Un
pinzón se acercó a servirse unas semillas. Al instante, me vino a la
mente un pasaje: «ni un solo gorrión puede caer a tierra sin que el
Padre lo sepa» (Mateo 10:29 NTV). Jesús les dijo esto a sus discípulos,
al enviarlos a una misión en Judea, pero el mensaje sigue siendo válido.
«Más valéis vosotros que muchos pajarillos», les aseguró (v. 31).
Mi mamá se despertó y abrió los ojos. Volviendo a su infancia, usó un
afectuoso término holandés para su propia madre y declaró: «¡Muti se
murió!».
«Sí —respondió mi esposa—. Ahora, está con Jesús». Dubitativa, mamá
siguió. «¿Y Joyce y Jim?», preguntó respecto a sus hermanos. «También
están con Jesús —dijo mi esposa—. ¡Pero pronto estaremos con ellos!».
«Es difícil esperar», susurró mamá.
Padre celestial, esta vida puede ser tan difícil y dolorosa. ¡Pero tú prometes que nunca nos dejarás ni nos abandonarás!
La muerte es la última sombra antes del amanecer celestial.
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