[El Señor dijo:] Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante, y ahí parará el orgullo de tus olas (Job 38:11).
El rey Canuto era uno de los hombres más poderosos de
la Tierra en el siglo xi. Según la historia, ordenó que pusieran su
silla a la orilla del mar mientras subía la marea. «Estás sujeto a mí
—le dijo al mar—. Te ordeno que no cubras mi tierra, ni mojes la ropa ni
las piernas de tu amo». Sin embargo, la marea siguió subiendo y le mojó
los pies.
Esta historia suele relatarse para hablar del orgullo de
Canuto. Pero, en realidad, se trata de la humildad. «Que el mundo entero
sepa que el poder de los reyes no existe —agregó Canuto—, excepto el de
Aquel cuya voluntad obedecen el cielo, la tierra y el mar». ¿La
moraleja?: Dios es el único todopoderoso.
Job descubrió lo mismo. Todos somos pequeños comparados
con Aquel que fundó la Tierra (Job 38:4-7), que manda que la noche
termine y el día comience (vv. 12-13), que almacena la nieve y dirige
las estrellas (vv. 22, 31-33). Hay un solo Rey de las olas, y no somos
nosotros (v. 11; Mateo 8:23-27).
Es bueno recrear esta historia cuando uno empieza a
jactarse de su propia inteligencia y capacidades. Vayamos a una playa y
digámosle a la marea que se detenga, o tratemos de ordenarle al sol que
no salga. De inmediato, recordaremos quién es el verdaderamente supremo y
le daremos gracias por gobernar nuestras vidas.
Señor, me postro ante ti con humildad.
Dios es grande, nosotros somos pequeños, y eso es bueno.
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