Leer: Lucas 5:12-16 | La Biblia en un año: 2 Samuel 23–24; Lucas 19:1-27
Entonces, extendiendo él la mano, [Jesús] le tocó… (v. 13).
Los pasajeros de un tren subterráneo presenciaron una emocionante
conclusión a un momento de tensión. Con dulzura, una mujer de 70 años le
ofreció la mano a un joven cuya voz fuerte y palabras perturbadoras
estaban asustando a los demás pasajeros. La bondad de la mujer calmó
al hombre, quien se arrodilló en el tren, conmovido. Le dijo: «Gracias,
abuela», se levantó y se fue. Más adelante, la mujer admitió que tuvo
miedo. Pero afirmó: «Yo soy madre, y él necesitaba alguien a quién
tocar». Aunque el sentido común le habría indicado que mantuviera
distancia, ella se arriesgó por amor.
Jesús entiende esta clase de compasión. No actuó como los
nerviosos y atemorizados espectadores cuando un hombre desesperado,
cubierto de lepra, apareció y rogó que lo sanara. Además, Él podía hacer
algo por este hombre, a diferencia de los otros líderes religiosos,
hombres que habrían condenado al leproso por traer su enfermedad al
pueblo (Levítico 13:45–46). En cambio, Jesús se acercó a alguien que
probablemente nadie había tocado en años, y lo sanó.
Afortunadamente, para ese hombre y para
nosotros, Jesús vino a ofrecer lo que ninguna ley podría dar: el toque
de su mano y su corazón.
Padre, ayúdanos a vernos y a ver a los demás en ese hombre desesperado, y en tu Hijo, que extendió su mano y lo tocó.
Nadie está demasiado atribulado o impuro como para recibir el toque de Jesús.
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