Busqué al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores. Salmo 34:4
Fueron varios los momentos que sentí temor, eso es normal. Aunque recordaba
que el temor no era de Dios, era una lucha no sentirlo, en especial cuando los
médicos no veían mi recuperación de manera positiva.
Hubo situaciones que nunca olvidaré, como el día que me dijeron que me
desangraba y tenían que volver a operarme a solo dos días de la primera
operación. O cuando me dijeron que necesitaba mucha sangre y empecé a recibir
las transfusiones… trece en total.
En ese mes y medio hospitalizada era tan crítica la condición que, como les
dije, el temor lo viví en diferentes momentos. Uno de los más difíciles fue
cuando en mi recuperación me encontraron una bacteria que me podía quitar la
vida en días. Fue tan grave la situación, que decidieron sacarme del hospital
con todo un equipo médico y enfermera, pues mis defensas estaban tan bajas que
mi vida corría más peligro si me dejaban hospitalizada.
Amigos, no fue fácil, pues padecí una verdadera batalla contra la muerte, una
guerra espiritual.
En medio de mi condición, mi refugio era Dios y mi única terapia y consuelo
era escuchar a mi madre leerme promesas de la Biblia diariamente y contarme
historias de personas sanadas por Dios. Sin cesar me repetía: «Si Dios lo hizo
con ellos, lo hará conmigo».
Aunque era consciente de mi salvación, temía morir y no ver más a mis
hijitas. Sin embargo, Dios fue más que bueno, pues prolongó mi vida en esta
tierra.
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