El profeta de la antigüedad preguntó: «Hurtando, matando, adulterando, jurando en falso […] y andando tras dioses extraños que no conocisteis, ¿vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: Librados somos; para seguir haciendo todas estas abominaciones?» (Jeremías 7:9-10).

Esta era la otra cara del lema del campamento sobre el consuelo divino. Como una hierba amarga que cura la malaria, sus palabras fueron espiritualmente sanadoras. Si escuchamos palabras duras, no debemos huir, sino responder a su efecto curativo.


Señor, ayúdame a no desafiar tus instrucciones.

El propósito de la disciplina del Padre celestial es que nos asemejemos más a su Hijo.

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