Leer: Filipenses 3:1-11
La Biblia en un año: Job 34–35; Hechos 15:1-21
… estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor… (v. 8).
Mientras crecía en Jamaica, mis padres nos criaron a mi hermana y a
mí para que fuéramos «buenas personas». En casa, bueno significaba
obedecer a nuestros padres, decir la verdad, esforzarse en la escuela y
el trabajo, y asistir a la iglesia… al menos, en Pascua y Navidad.
Supongo que esta definición de ser una buena persona trasciende la
cultura. Es más, el apóstol Pablo, en Filipenses 3, usó la definición
cultural de ser bueno para expresar algo más grande.
Como Pablo era un judío devoto del primer siglo, seguía la ley moral
al pie de la letra. Había nacido en la familia «correcta», tenía la
educación «correcta» y practicaba la religión «correcta». Era un buen
hombre hecho y derecho, según la costumbre judía. En el versículo 4,
Pablo escribe que podía jactarse de su bondad si quería; pero les
explicó a sus lectores que no bastaba con ser bueno. Sabía que, aunque
era bueno ser bueno, no era lo mismo que agradar a Dios.
En los versículos 7-8, Pablo escribe que agradar a Dios supone
conocer a Jesús. Consideraba su propia bondad una «pérdida», al
compararla con «la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús». Somos
buenos (y agradamos a Dios) cuando nuestra esperanza y nuestra fe están
puestas solo en Cristo, no en nuestra bondad.
Señor, ayúdame a recordar que conocer a Jesús es el camino a la verdadera bondad.
Nuestra bondad debe distinguirnos como hijos de Dios.
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